9.10.19

Fui a ver Ángeles en América

Cortazar, autodenominada "el orgullo de México", no sólo es cuna de Bere :3, los tacos de cabeza o del poeta Herminio Martínez, también el director teatral Martín Acosta vio la luz allá. Hace poco fui a la primera presentación que hizo en el Centro Cultural del Bosque y éstas son mis impresiones:
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Ganadora del premio Pullitzer en el 92, Ángeles en América, aquí dirigida por el cortazarense Martín Acosta, se me presentó como una promesa que debía ser vista, casi casi una obligación. La relación costo-duración ya era atractiva, aunque tras los 200 minutos que dura (¿contarán los intermedios?) la sensación final me causó conflicto.



El escenario era amplio, apenas unas sillas con algunos objetos alrededor, un candelabro y tres paredes con puertas y ventanas invisibles. Más tarde se descubre que hay también escaleras subterráneas ocultas. Un escenario sencillo pero interesante para que la atención se centre en los personajes, los cuales al principio se muestran inconexos pero que, conforme la trama avanza, terminan por difuminar estas distancias, al grado de aparecerse unos en las alucinaciones de otros.

El contexto de la obra puede situarse en América (dirían ellos) durante el gobierno de Reagan, cuando el VIH comenzó a conocerse y a esparcirse entre la sociedad de ese país. El desconocimiento sobre la enfermedad se hace evidente, enfermedad de homosexuales, sin tratamiento eficaz ni un auténtico conocimiento de sus causas, en fin, un virus al que es mejor hacerlo pasar por cáncer de hígado que exponerse a los prejuicios.

En esta puesta, básicamente, se exponen a todos los grupos que habitan los Estados Unidos, la manera en que conviven y la fragilidad que todos comparten frente a la enfermedad. Judíos, mormones, americanos puros (como se nombra el abogado), afroamericanos… todos son los ángeles que habitan “América” y que ascienden a la otra vida víctimas del SIDA. Incluso Walter, uno de los personajes principales, sirve para establecer la analogía, gracias a su fantasmagórica genealogía que se le aparece en un par de tantas alucinaciones, con otras epidemias que azotaron a los de su apellido en diferentes épocas.

A mi parecer, lo más relevante de la obra es el retrato que se hace de la sociedad norteamericana de aquellos años, y el paralelismo que puede apreciarse con la actualidad (aunque el retrato de Trump lo obvia demasiado). El conflicto personal de Harper, recluida y reducida por su marido gay (de closet), su religión (mormona) y su dependencia al Valium es otro de los temas en la obra que llaman la atención y están mejor logrados, incluyendo sus alucinaciones y, sobre todo, su viaje ficto a la Antártida.

Por otro lado, hay diálogos en los que la psicología de los personajes queda retratada de buena manera, ya sea sobre el racismo o acerca de cómo funciona la política, y a pesar de lo vertiginoso de estos diálogos, resulta muy interesante la relación entre los personajes, su contexto y lo que se puede extrapolar a nuestros días.

Como dije, la escenografía es adecuada, la iluminación y los efectos también cumplen su cometido, aunque hay ocasiones en que se cae en abusos y parece más un derroche, como la alucinación de Walter con sus antepasados y la aparición de al menos siete cabezas de venado, a mi parecer innecesarias (y por lo que platiqué, accidentada en la presentación a la que acudí). Las escenas con música me parecen acertadas, aunque hacernos torcer el cuello para ver quién anda ahí es incómodo (aunque la idea de dialogar con una voz elevada, casi celestial se entiende).

Asimismo, parece ser que la obra original de Tony Kushner duraba al menos el doble, esto se nota con escenas que parecen no tener una relación clara con el resto, sobre todo aquéllas donde la madre de Joe (el marido de Harper) aparece. Del mismo modo, los entretiempos y la excesiva duración de la obra complican que el espectador (o sea yo) se vea inmerso en la historia, con lo que el final de la obra (casi a las 22:30 h), más que un efecto de catarsis provoca un alivio. La atención se dispersa y los efectos especiales de la última escena se pierden entre todo lo anterior.

En resumen, salvo algunos excesos, que supongo tratan de emular la suntuosidad de lo que debió ser la puesta original, la escenografía, la iluminación, algunos pasajes y actuaciones destacadas, la obra no cumple del todo su cometido. Como un retrato de la época resulta bien, como una puesta que logre conmover al espectador y hacerlo sentir parte de la puesta misma, no tanto.

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Ps. 1. Más que tres horas de teatro, lo cansado fue el asiento roto del teatro Julio Castillo que me tocó.

Ps. 2. Vayan a ver la obra, finalmente no soy sino un principiante en esto de las puestas escénicas y los compas luego me distraían, para bien y para mal.

Ps. 3. Jáuregui salé en Fonda Susilla, aunque yo lo topo de Conferencia bajo la lluvia, y rifa; también Diana Sedano (Harper Pitt) y Tanya Gómez (aunque canta más de lo que actúa).



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