Cortazar, autodenominada "el orgullo de México", no sólo es cuna de Bere :3, los tacos de cabeza o del poeta Herminio Martínez, también el director teatral Martín Acosta vio la luz allá. Hace poco fui a la primera presentación que hizo en el Centro Cultural del Bosque y éstas son mis impresiones:
*
Ganadora del premio Pullitzer en el 92, Ángeles en América, aquí dirigida por el cortazarense Martín
Acosta, se me presentó como una promesa que debía ser vista, casi casi una
obligación. La relación costo-duración ya era atractiva, aunque tras los 200
minutos que dura (¿contarán los intermedios?) la sensación final me causó
conflicto.
El escenario era amplio, apenas unas sillas con algunos
objetos alrededor, un candelabro y tres paredes con puertas y ventanas
invisibles. Más tarde se descubre que hay también escaleras subterráneas ocultas.
Un escenario sencillo pero interesante para que la atención se centre en los personajes,
los cuales al principio se muestran inconexos pero que, conforme la trama
avanza, terminan por difuminar estas distancias, al grado de aparecerse unos en
las alucinaciones de otros.
El contexto de la obra puede situarse en América (dirían ellos)
durante el gobierno de Reagan, cuando el VIH comenzó a conocerse y a esparcirse
entre la sociedad de ese país. El desconocimiento sobre la enfermedad se hace
evidente, enfermedad de homosexuales, sin tratamiento eficaz ni un auténtico
conocimiento de sus causas, en fin, un virus al que es mejor hacerlo pasar por
cáncer de hígado que exponerse a los prejuicios.
En esta puesta, básicamente, se exponen a todos los grupos
que habitan los Estados Unidos, la manera en que conviven y la fragilidad que
todos comparten frente a la enfermedad. Judíos, mormones, americanos puros
(como se nombra el abogado), afroamericanos… todos son los ángeles que habitan “América”
y que ascienden a la otra vida víctimas del SIDA. Incluso Walter, uno de los
personajes principales, sirve para establecer la analogía, gracias a su
fantasmagórica genealogía que se le aparece en un par de tantas alucinaciones,
con otras epidemias que azotaron a los de su apellido en diferentes épocas.
A mi parecer, lo más relevante de la obra es el retrato que
se hace de la sociedad norteamericana de aquellos años, y el paralelismo que
puede apreciarse con la actualidad (aunque el retrato de Trump lo obvia
demasiado). El conflicto personal de Harper, recluida y reducida por su marido
gay (de closet), su religión (mormona) y su dependencia al Valium es otro de
los temas en la obra que llaman la atención y están mejor logrados, incluyendo
sus alucinaciones y, sobre todo, su viaje ficto a la Antártida.
Por otro lado, hay
diálogos en los que la psicología de los personajes queda retratada de buena
manera, ya sea sobre el racismo o acerca de cómo funciona la política, y a pesar
de lo vertiginoso de estos diálogos, resulta muy interesante la relación entre
los personajes, su contexto y lo que se puede extrapolar a nuestros días.
Como dije, la escenografía es adecuada, la iluminación y los
efectos también cumplen su cometido, aunque hay ocasiones en que se cae en
abusos y parece más un derroche, como la alucinación de Walter con sus antepasados
y la aparición de al menos siete cabezas de venado, a mi parecer innecesarias
(y por lo que platiqué, accidentada en la presentación a la que acudí). Las
escenas con música me parecen acertadas, aunque hacernos torcer el cuello para
ver quién anda ahí es incómodo (aunque la idea de dialogar con una voz elevada,
casi celestial se entiende).
Asimismo, parece ser que la obra original de Tony Kushner
duraba al menos el doble, esto se nota con escenas que parecen no tener una
relación clara con el resto, sobre todo aquéllas donde la madre de Joe (el
marido de Harper) aparece. Del mismo modo, los entretiempos y la excesiva
duración de la obra complican que el espectador (o sea yo) se vea inmerso en la
historia, con lo que el final de la obra (casi a las 22:30 h), más que un
efecto de catarsis provoca un alivio. La atención se dispersa y los efectos
especiales de la última escena se pierden entre todo lo anterior.
En resumen, salvo algunos excesos, que supongo tratan de
emular la suntuosidad de lo que debió ser la puesta original, la escenografía,
la iluminación, algunos pasajes y actuaciones destacadas, la obra no cumple del
todo su cometido. Como un retrato de la época resulta bien, como una puesta que
logre conmover al espectador y hacerlo sentir parte de la puesta misma, no
tanto.
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Ps. 1. Más que tres horas de teatro, lo cansado fue el
asiento roto del teatro Julio Castillo que me tocó.
Ps. 2. Vayan a ver la obra, finalmente no soy sino un principiante
en esto de las puestas escénicas y los compas luego me distraían, para bien y
para mal.
Ps. 3. Jáuregui salé en Fonda Susilla, aunque yo lo topo de Conferencia bajo la lluvia, y rifa; también Diana Sedano (Harper Pitt) y Tanya Gómez (aunque canta más de lo que actúa).
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