3.5.11

Revueltas

Llegué sin esperar demasiado, como buscando un libro que me llevo a un sanitario sin agua que me hizo caminar buscando un poco de ese liquido vital que ayudaría a sortear posibles dolores estomacales futuros. Había mucha gente esperando, llegaban jóvenes muy bien vestidos, yo me acerque un poco para saber "qué regalaban", un policía me saludo y me dijo que pasara, yo respondí el saludo con algo atorado en el pescuezo y mientras me quitaba ese símbolo de pubertad atrasada camine hacía donde me indicó.

Un pequeño folleto con la programación y algunos datos extra que no leí, una encuesta y una cortina abierta para que entrará al recinto. Era un auditorio o al menos lo intentaba, demasiados tubos, paredes de frío concreto, era una obra negra que todos decidieron llamar auditorio. Es gratis, pensé y bajé algunos escalones recordando a aquella persona, que no logro recordar diciéndome que todo evento es irrepetible, ya sea por el evento en si o por los espectadores, por el lugar que decidas tomar entre el público. Mire a mi alrededor y después de ver algunas caras largas, algunos asientos ocupados y algunos cuerpos femeninos que seguramente iban acompañados decidí sentarme en la fila de en medio, en una orilla junto a una señora que ante mi saludo, sólo atinó responderle con una cosa que imaginé sería su sonrisa.

Leí la encuesta, la llené para matar el tiempo y la encuesta se le adelanto al tiempo. Eché vistazos por todos lados buscando algo que sabía no iba a encontrar, pensé buscar un lugar más alto, la pereza y el cojincito tan cómodo del asiento me hicieron desistir. De golpe y sin preámbulos lanzaron la tercera llamada y algunas luces se fundieron en ese instante.

Los jóvenes ahora con su instrumento en mano y su agudo oído puesto en la afinación adecuada ya estaban completos, ya no lucían tan raros como cuando los miré afuera del lugar. Algunos muy bien vestidos, otros un poco más desaliñados, los primeros contaban con la presencia de sus padres que orgullosamente hablaban de ellos a mis espaldas. Que ganas de hablar bien de alguno sin siquiera conocerlo, pensé comentar algo con la señora que se estiraba junto a mi pero no quise interrumpir.

Entró el único señor, ese de la batuta sólo que sin la batuta y empezaron los aplausos, yo aplaudí más por el bullicio que por su elegante forma de caminar hasta el centro del entarimado. Ya con todos los asientos ocupados por los jóvenes interpretes noté que el escenario era realmente reducido, desde mi posición no veía....no sabía que no alcanzaba a ver aunque sonaba como un piano, los del extremo opuesto se perdían los cuatro contrabajos y algo más que mi falta de altura me impidió (que feo se lee "impidió") apreciar.

Comenzaron con la clásica canción del ratón Miguelito disfrazado de mago. Para ser tan jóvenes no se escuchaban nada mal, para vestir tan formales las señoritas tampoco se veían para nada mal. Todo estaba bien. A ratos cerraba los ojos y escuchaba aquel rostro concentrado con el violín bajo el hombro, aquella sonrisa de con tono de chelo me hizo pensarte inevitablemente. El piano invisible me recordó mi corta relación con la música, no lo veía, sólo escuchaba su eco detrás de aquel muro que nos separaba, es mi ineptitud pensé.

Las demás piezas siguieron siempre con una introducción de escandalosos aplausos y una conclusión similar. Yo cambio de posición y me concentro en la violinista, la miro tan fijamente que aún parpadeo y su silueta se asoma por mis parpados. Trato de que mi concentración en ella acabe con su concentración en la nota, en la cuerda, en sus partituras, no lo logro. Ella sigue impasible y yo me canso de mirarla con ese fin, ahora es simple y a la vez compleja admiración.

Aplaudo al principio sin ganas, un par de veces para que note que no me impresiono tan fácilmente, ella me mira, pienso que me mira y no mira nada. Mi estrategia falla. La siguiente ronda de aplausos lo mismo, ya en el segundo tiempo, diría alguien que no sabe de conciertos pero entiende un poco de fútbol, cambio de estrategia, ahora seré efusivo, aplaudiré lo más fuerte que mis manos largas, mas no de pianista, me permitan, mi alegría por sus notas causaran alguna reacción en ella y de paso en la señora de a lado que ya agacho la cabeza, cerró los ojos y sin pena sueña con ese baile de la juventud que alguna vez soñó y que tal vez tuvo, en el salón México quizás.

Acaba la pieza musical, se levantan y yo aplaudo como loco, alcanzo a ver una sonrisa dirigida a la zona en la que me encuentro, volteo hacía atrás para no adjudicarme esos dientes blancos absurdamente, no hay nadie más y en realidad hay muchos detrás de mi pero igualmente me los adjudico. La absurdidad no siempre es tan mala.

Así sigue el día y después del retorno del señor de la batuta un par de veces su saco se ha llenado de sudor y la función se da por concluida no sin una ultima ronda de aplausos, ahora acompañados de gritos y un par de chiflidos cortesía de los que dominan ese arte (menospreciado injustamente por la música "seria"). Esos dientes que ahora me resultan familiares se muestran, ya no es el chelo pero igual te pienso, como con el corno y la tuba, como con los platillos y las flautas. Me pongo de pie y aplaudo y sigo aplaudiendo hasta que no siento las manos, no dejo de mirar a esa señorita con el violín en la mano y la mirada siempre dirigida absurdamente a mi. Yo sonrío y ella también lo hace. Ella no me mira y yo tampoco la enfoco realmente. Aplaudo y los dos dejamos escapar una lágrima.

A veces a uno no lo escucha quien quisiera, a veces la música a solas no sabe igual. El tipo que aplaude no es el preciso, la señorita que miro hasta el hartazgo no eres tú. Mientras el platillo escupe sus ultimas vibraciones lo entiendo y ella lo entiende. La función se acaba y hemos de salir y volver a casa, ella a extrañar al que promete y no acude, yo a parpadear y soñarte menos lejos, tan hermosa y con un violín en la mano.

Para variar el metro está atascado de soledades.

1.5.11

Impresiones.

Un abrazo, un puesto de tamales que partió hace tiempo. La impuntualidad como mi mejor carta de presentación. Tú estás distraída, yo te reconozco en la distancia y te siento tan cercana que no lo creo. Camino, sigo caminando a donde tu breve sombra me invita a posarme, diriges tu mirada a donde yo, sonríes. ¿Tus nervios se podrán comparar con los míos? lo dudo, te llevo ventaja.

Lo demás es confuso, sentirte, suave como el algodón que te cubre, infinita como el instante que duró tu primera sonrisa. Caminamos un poco, charlamos, tu charlas, yo escucho, no dejo de sentir esa vida tuya que sonroja a la mía. Debería decir algo, no encuentro las palabras así que callo y escucho atento, me encojo para cubrirme entre la sombra que apenas te alcanza a ti.

Fotos, dónde quedaría ese recuerdo perpetuo de la provocadora de alegría y el tipo tímido que no acaba de creerlo. Tal vez no existió, tal vez. Pero el daguerrotipo tuyo aquí lo tengo yo, no lo suelto un instante y cuando se deja lo abrazo y me duermo pensando que lo abrazo.

Qué de vueltas da el destino y qué vueltas se dan en metro, para prolongar la alegría, o se camina, se suben escaleras, se esquivan cuerpos sudorosos, se escuchan conversaciones parcialmente comprensibles. Piropos que uno prefiere bloquear, ya no tiraré las colillas en la calle. Mudo y con el mundo de basurero. Nunca tuve la ventaja.

Las primeras impresiones son únicas, irrepetibles y, dicen, marcan el futuro trato que se tendrá con respecto a una situación o una persona. Cuál sería tu primera impresión, realmente habrá alguna o todo fue como abstenerse de alimentos más por el dolor de estomago que por el agrado o desagrado que te causan las quesadillas. No lo sé.

Sea lo que sea, creo que no somos los que se olvidan de todo y al día siguiente el olvido acecha.

Creo que te pienso más de lo que debería, otras veces pienso que me quedo corto. La ventaja no es mía, la duda sí, el temor, curiosidad y pena, silencio y sonrisas. La ventaja no, esa es tuya, como cuando Fito Paez se sienta al piano y canta "yo vengo a ofrecer mi corazón"

Al final conocerte lo hace a uno saber que no todo está perdido, al principio ya se sabe pero sin algodón uno podría dudarlo.