8.3.15

Paciencia

Después de mucho tiempo aquí estoy de nuevo, sentado y tecleando como si alguien tuviera la urgencia de leerme. Sé que no es así, aminoro el paso y pienso qué era lo que quería contarles. Quizá sí, tal vez alguno de ustedes, tenga tiempo libre y pase por aquí, gracias por la paciencia.

Paciencia. Tuve una plática recién y concluimos que no queda sino ser pacientes. Sólo hace falta lograr comunicarse realmente, sin desesperar.

Según los jóvenes son los impetuosos, los que tienen prisa por beberse el mar de un trago, fondo, fondo. Pero me recuerdo hace unos años esperando, paciente y sin prisa, sentado en el piso y con las piernas cruzadas, nada más mirando como pasaba la gente mientras el sol ascendía y descendía implacable, pero yo no me movía más de lo estrictamente necesario. Debía estar ahí hasta que llegara, aunque a veces no lo hiciera; entonces volvía con las manos vacías, el pantalón sucio y más ganas que antes. Pero no importaba porque estuve ahí, y ahí estaría al día siguiente, y al otro, y al otro.

Hoy no estoy tan chavo, ya estoy más cerca de los 30 que de los 18. Me siento pero ya cansa sentarme como antes, aunque las manos sigan tan vacías y el pantalón tan sucio como antes, aunque más arrugadas (las manos y los pantalones). De las ganas mejor hablamos otro día. Hoy la paciencia es el asunto. 

Mi paciencia ya es más la del hospital que otra cosa. El reloj sigue con su pasito lento pero implacable, tenemos los días contados y la cifra final no es prometedora. Implica mucha responsabilidad, locura, ganas e ingenuidad esto del día a día. No puede no dar miedo, yo no puedo evitarlo y últimamente es tanto que verlo a los ojos me es imposible. Evado al miedo, al menos lo intento, con un trago o dos (siempre más), con el humo del cigarro que termina por recordarme tantas cosas y tan pocas gratas. Lo evado al apartar las letras de mí, nada de escribir, poco que leer, evado, finto, recorto y frente a la meta dejo salir al balón por la banda. No por los compas sino a pesar de ellos. Me los llevo de corbata y no visto formal para la ocasión. 

Parece que digo y digo pero llego a nada. De nuevo el miedo y la evasión, la paciencia disfrazada de indiferencia, o viceversa. No desesperen, recuerden que todo depende de la paciencia, ya llegará el sentido de este texto, ya aparecerá lo que tanto esperan, a quien tanto desean y, sin duda, de lo que se esconden. Sean pacientes, por lo pronto llega la primera recompensa: mi silencio...


* * *
Volví a ese paraje enmarcado de alcatraces. Que tristes lucían a mis ojos ahora que tu noche lo cubre todo y no como otrora, cuando presagiabas ochos horizontales y el vaivén del mar me perseguía hasta la alcoba. Esta vez no hubo rencuentro, no hubo abrazo ni palabras, nada de sonrisas. Los alcatraces no adornaban sino la ausencia, cien metros de nostalgia y olvido y dulces detalles que ahora vuelven amargos. No queda otra opción, lo cruzo y me pierdo en el empedrado, me confundo con la oscuridad, camino, sigo caminando por horas, por días y más. Sigo, trato de cruzar, paso a paso, alcatraz por alcatraz. Todo se ve negro, sigo caminando, y camino, y camino...