15.7.14

¿Dónde quedó?

El mundial de futbol (quizá haya otro) ha terminado y ahora, 1:41 del recién parido martes, caigo en la cuenta de su fin. Me viene a la mente esa cita que tanto he escuchado, no logro recordar de quién es pero dice algo así: el futbol es ese deporte donde juegan once contra once y siempre ganan los alemanes.

Ganó el juego bonito y propositivo, lástima por Messi, aunque le dieron ese inmerecido premio de consolación. No parecían once contra once, un par de jugadores no pueden hacer lo que sus compañeros no (aunque sí los llevan a la final), y sí, ganaron los alemanes.

En medio de este no saberme sin mundial pienso en algunas personas que sin duda se habrán alegrado una enormidad por el resultado del partido. Por mi parte, no sé bien cómo era eso de vivir sin mundial, medio empiezo a darme cuenta y no me convence del todo. Incluso lo poco que escribía lo hacía pensando en el redondo y las patadas que convierte en euforia.  Habrá que cambiar de tema mientras tacho los días del calendario, sólo son 1423 para Rusia 2018, ni más ni menos (y la cifra me hace pensar en una posible formación).

Y nada, las injusticias y los caprichos se dan en todos lados, pero también las sonrisas. Ahora les sugiero airadamente que me recomienden tema de conversación.  El chiste, dicen seriamente, es persistir, no claudicar, escribir y escribir, hacerlo bien, entregarse al texto o de plano no hacerlo y dedicarse a otra cosa. Yo quiero ser necio.


Y como buen necio, puedo contar la misma anécdota de siempre, la que sólo pienso y jamás he compartido. Decir en principio, porque sin un buen comienzo no hay final digno de la memoria, que amanecí en un lugar que no era el mío pero me sentía de maravilla. Había tanto por ver, por hacer, por probar y recorrer, el pequeño gran paso, a mi manera; pero me volví y la vi y me perdí y no supe que fue de mí, pura sonrisa.

Un día soleado comenzaba, la búsqueda del mercado, los reclamos superados del día anterior, el preludio de los que estaban por venir, su mano, mis silencios, sus labios, mi vida, su andar seguro, mi por un segundo de tu tiempo doy el mundo.

Uno puede describir cada detalle de un día específico, hora por hora, sitio por sitio, cada mirada y cada abrazo, pero tiene razón, es mejor cuando se vive. Las palabras suelen no bastar, algo se pierde, desde que el aire despeina su cabello hasta que yo escribo la primera letra pasa tanto que no es igual. Pero podría intentar contagiar la maravilla de aquel insecto posado sobre una blusa exhibida a media calle, insecto desconocido e inmóvil, apenas se puede adivinar que respira y observa, que se da su tiempo para pensar y maravillarse por el lugar en el que se encuentra. Se deja observar y nada más le importa, sólo ese instante en que se sabe vivo y amaga con dar un paso. Pero no se mueve, y lo observo y ella también, y aquel y tantos más. Es un puesto alejado del bullicio infaltable en las ciudades, pero nuestro latir lleva ese otro ritmo más agitado, más apresurado; el insecto está por revelar su secreto, la epifanía que cambia vidas o las termina, está por dar ese paso que le da sentido a la existencia… pero no hay tiempo, creemos que no lo hay, volteamos a otro lado, abandonamos la espera y miramos a nuestro alrededor. De pronto pasa, mis ojos se cruzan con los de ella, desaparece el insecto, los transeúntes, las blusas, el sol.


Y el secreto de la vida deja de importar cuando la vida se posa ante uno, no importan los cerrojos y misterios, esos ya irán desapareciendo, uno a uno, cuando la bombilla de la noche se apague.

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