10.1.13

(NaCl) Siempre presente

Se encontró con un viejo borracho, de esos que lo mismo pueden inspirar la risa o el temor, de esos que, no importa cuánto hayan bebido o hablado, siempre tienen algo que decir. Y empezó como todos: pidiendo algo. El joven le negó aquello con un "no, gracias", después cayó en la cuenta de que aquellas dos palabras no tenían sentido, pero qué más daba, ya las había dicho y parecía que habían funcionado. El viejo lo miró como queriendo desentrañar algo en el rostro de aquel tipo con respuestas absurdas, y comenzó a caminar justo por donde había llegado, pero se detuvo. Giro de pronto con más agilidad de la que uno supondría para alguien en su condición y volvió hacía el joven. Lo miro de nuevo fijamente, pero esta vez lo hacía para causar tensión y expectativa. Iba a decir algo, era evidente y sus labios comenzaban a despegarse uno del otro. Finalmente enderezó su destilado cuerpo y le dijo:

—Ya no tienes qué decir, ya no sabrás hacerlo, te falta sal. Te falta sal muchacho, eres un desierto, triste y envejeciendo.

Aquello parecía tan absurdo como el "no, gracias" que le respondió él al borracho. Quizá quería desquitarse y nada más. Tal vez, lo confundió con otra persona o simplemente estaba en medio de un delirio. De cualquier forma, todo el camino de vuelta estuvo pensando en aquellas palabras, en los posibles significados. Finalmente, apelando a la sabiduría que se le atribuye a los ancianos y a la sinceridad innegable de los borrachos, comenzó a identificarse con aquellas palabras.

Una vez que se encontró de frente a su hogar, olvidó todo aquello y volvió a las actividades de siempre, cenó algo, prendió la tele, se encontró uno de esos programas absurdos que últimamente parecen abundar y la apagó. Tomó un libro pero su ánimo no estaba para cuentos policiales así que encendió su computadora dispuesto a escribir.

Avanzaba una linea y borraba dos, escribía otro poco, lo leía y terminaba por comenzar de cero. Se dio cuenta de que no llegaría a ningún sitio, como si las palabras se escondieran o las ideas fueran un vulgar revoltijo. Y se acordó del viejo.

Recordó esa sentencia implacable, esa descripción de su persona que, de pronto y en vista del transcurrir de las últimos días, le quedaba como anillo al dedo. Maldijo al anciano y se fue a dormir con la certeza de que las palabras no volverían esa noche y que la voz embriagada de aquel viejo se quedaría para ocupar el vacío.

Por fin se quedó dormido e incluso comenzó a soñar; inmóvil, en medio de las sábanas y de aquella fría noche, sus parpados comenzaron a agitarse convulsamente. Las palabras comenzaron a desfilar en su cabeza.

Nada pasa, cruza y nada
sobre la silueta perfecta
que es el mar su mirada,
surcan tantos, la descubres selecta.

Pasa nada, nubes grises en lontananza,
es ella que te preña de ideas,
sal escurriendo mejillas, avanzan,
tropiezan, se encuentran, no para.

Cuerpos próximos, mareas, encallas,
encaras dudas, disipas cabellos atrás, 
más atrás de su cuello,
y te descubres salitre,
marca en su espalda de sirena.
Aúllan fuera, sudor, calor, paciencia.

Es la costa y su espuma,
es su ausencia y su presencia difusa.
Te sabes entre sus papilas,
entre sus pupilas fluorescentes al filo de la noche
al filo de la cama y la nada, pasa.

Escribe pinta, rasga canta,
la quieres paciencia.
Su risa despierta ciudades
colonias, revoluciones, verdades.

Sazona al mundo y te hace flotar
en su oleaje contundente,
con tridente de reina,
de suerte bella,
de nada
y pasa.

Estírate, 
inhala, 
sostén, 
exhala.

Estírate hasta cubrirla toda
y volverte ella, espuma de la orilla
que el todo y la nada precipita.

Inhala fuerte y alucina 
con su perfume de oriente,
rosa náutica es, tu norte
tu puerto de partida y llegada

Sostén y no te sueltes,
gánate el ancla profunda y firme,
deshazte de lo prescindible:
adiós piratas, tempestad, sostén.

Exhala y ya,
despierta,
a por ella,
a la sal
de vida
da mar
sueño
realidad.


La sal, esa que le dieron a probar. La de la vida, la de la poesía que aún busca aprehender y no perder. 

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