[Hace exactamente un año, tres meses y ocho días escribí una reseña, chiquita, sobre una obra de teatro que vi poco antes. Se las comparto por aquí porque no lo había hecho.]
Un héroe, un
gigante y una mujer, poco más hace falta para crear una historia memorable.
Jorge Ibargüengoitia sabía esto y lo demostró en su obra de teatro El loco amor viene. Como siempre, las
obras dramáticas muestran su verdadera importancia y trascendencia cuando son
representadas y en esta ocasión fue Skénika, escuela de formación actoral, la
encargada de traerla al escenario. Y qué mejor locación que una antigua casona
en la ciudad de Celaya, Guanajuato, estado de donde el autor era originario.
La trama en
apariencia es simple, un héroe se encuentra con una mujer de la que se enamora
locamente, el sentimiento parece ser correspondido, pero hay un problema
(siempre lo hay), esta mujer es el botín de un gigante desde hace tiempo. ¿Qué
hacer entonces?, ¿preservar la integridad física a costa del sentimiento o
entregarse al amor aunque cueste la vida? Para el héroe de Ibargüengoitia no
hay duda, hay que morir por este amor loco.
El encargado de
presentar esta puesta en escena es el director Héctor Ortega, quien, valiéndose
de los espacios peculiares que una antigua casona le ofrece, adapta de gran
manera la obra del autor de Maten al león.
El espectador, sentado casi en el mismo lugar en el que transcurre la acción,
se siente parte de la obra, lo puede ver y sentir todo, incluso detalles no
pensados por Ibargüengoitia, como la habitación evocada por la mujer durante
sus conversaciones con el héroe, o el estruendo de la batalla, todo esto da un
carácter de cercanía al espectador, facilitando la apropiación de cada idea y
sentimiento plasmado, nos vuelve testigos privilegiados.
Como decía, la
historia de esta obra es simple, el triángulo amoroso es claro, tenemos a un
gigante que ha poseído a la mujer desde que la tomó para sí como botín, tenemos
a Juan como el héroe y a María como la mujer que cierra este triángulo, ellos
se profesan un amor mutuo e intenso, a pesar del poco tiempo que comparten, se
trata un sentimiento tan ardiente que
sólo tiene dos opciones: ser eterno o durar apenas. ¿Cómo es posible que de
esta historia tan sencilla se obtengan a cambio tantas sensaciones, risas y
motivos para la reflexión? Ahí está el genio del autor y la capacidad actoral
del reparto —y, claro, de todo el equipo detrás del escenario—.
La
interpretación de los actores es, en gran medida, la explicación para lo
anterior. Cabe señalar que la puesta en escena parece pensada para que María
acapare todos los reflectores y, a pesar de la inexperiencia de su actriz, esto
se logra. En otras palabras, no hay mucho más decir de Juan el héroe o de Pedro
el gigante, cada uno cumple con su cometido de manera precisa y en algunas
escenas concentran toda la atención. Sin embargo, dadas las modificaciones del
director, y la energía de María, es en ella en quien recae el mayor peso
dramático de la obra.
Lo anterior debe
ser considerado tanto de manera favorable como un inconveniente. La actriz que
encarna a María, Olivia Abonce, es una actriz nobel que está por culminar su
formación actoral. Esto quizá pasaría desapercibido salvo por la acotación que
se hizo una vez concluida la obra. Por otro lado, es de suponerse. La joven
actriz cuenta con una presencia innegable dentro del escenario, tiene fuerza y
melodía en su voz, sus movimientos dentro del escenario dan a entender que,
aunque se trate del botín de un gigante, es dueña de sí y del espacio en que se
desenvuelve. En resumen, todo es luz en ella, aunque su inexperiencia se hace
notar cuando abusa de esa presencia y de esa voz. Alguna vez dijeron que menos
es más y, quizá, es un consejo que le sería de utilidad. Alguien es dueño de la
situación sin necesidad de alzar la voz más de lo necesario, sin buscar serlo
(Beatriz Pinzón dice que la cabecera es donde ella se siente, no el lugar de la
mesa); los diálogos y los gestos suelen bastar para poner a cada quien en su
sitio, y esto es algo que aún debe lograr con mayor claridad Olivia Abonce,
aunque claro, esto se lo dará la práctica.
Salvo este
ocasional ímpetu por figurar, la actuación que da vida a María, la mujer que
llenará el abismo de flores, es impecable y, sin duda, en un futuro muy próximo
será una gigante, como lo dice Ibargüengoitia en la obra, por su constitución y
no por sus dimensiones.
En resumen, esta
puesta de Skénika es un excelente homenaje al autor guanajuatense, más allá de
que el final llega a volverse lento en su búsqueda de ser más lúgubre. Aún
quedan funciones y sería una lástima que los gustosos del buen teatro, del arte
en general, se lo perdieran. No duden en asistir, “una excelente y respetable
mujer”, así como un héroe y un gigante los esperan. Todo está puesto en Celaya,
sólo falta el espectador curioso que dé sentido a esta puesta en escena que
orquestó Héctor Ortega.
[Listo, si alguien quiere leer la obra, la puede encontrar acá.]